lunes, 15 de febrero de 2010

Aquella pequeña niña


14 de febrero, Día de los Enamorados, el día en que millones de personas se demuestran su amor y su cariño. Feliz para todos los que tienen alguien con quien compartirlo, que sienten que sin esa persona no tendría sentido su vida, pero triste para aquellos otros que no disfrutan de nadie para celebrarlo, bien porque nunca lo ha habido o bien porque ya no está. Así cada 14 de febrero muchos se dan cuenta de que es hora de arriesgarse y decir lo que sienten por esa personita tan especial. Algunos acaban en desamor o en rechazo y otros, minoría de afortunados , tienen la suerte de haber ganado…
Y allí estaba Lucía, sentada en un banco de Madrid esperando a que las horas pasasen, a que se acabase ese día tan largo y pesado. Para ella no era más que el recuerdo de su soledad, de la nostalgia y melancolía por lo que en su día tuvo y que permanece dentro de ella como mil cuchillos afilados. Un año, un maldito año había pasado desde que él se fue, dejando una nota en el frigorífico que ponía: “Te quiero,pero debo dejarte. Lo siento”. Te quiero… dos palabras que para unos significan mucho, mientras que para otros no es más que un conjunto de letras combinadas. Había conseguido enterrar sus sentimientos en lo más profundo, aparentar que todo iba a salir bien e incluso había logrado hacérselo creer, pero ese día le superaba con creces. –Soy fuerte- se repetía una y otra vez, mientras las lágrimas empezaron a descender por su rostro. Entonces una niña de ojos azules y pelo rubio se sentó a su lado, mirándola con cara de preocupación:

-¿Qué te pasa? ¿ Por qué lloras?
La inocencia y la dulzura con la que se lo preguntó la hizo olvidarse por un instante de todo lo que rondaba por su mente.
-No es nada, cielo. Es sólo que el día de hoy me pone un poco triste, pero mañana se me pasará.
-Yo también estoy un poco triste. Hoy hace dos meses que perdí a mi osito Teddy. Era muy importante para mi porque me lo había regalado mi papá…
-No te preocupes, ¿siempre te puede comprar otro oso no?
-Mi papá está en el cielo y seguro que encuentra a Teddy por allí. A lo mejor algún día venga y me lo devuelva- Y su cara se le iluminó con una sonrisa de oreja a oreja, lo que hizo que Lucía sonriera también.

A lo mejor algún día venga… Siempre queda esa esperanza cuando alguien se marcha, lo que impide seguir hacia delante y pasar página. Entonces rompió de nuevo a llorar, esta vez con más intensidad que antes. La niña siguió hablando:

-En realidad, no tendría que estar triste, ya que el osito no era lo único que tenía de él. Me quedan todos sus recuerdos, todas las veces que venía a recogerme al colegio en su furgoneta, todas las veces que jugábamos con los muñecos o que me leía un cuento por la noche tras lo que repetía “ Que sueñes con las princesas como tú. Buenas noches mi pequeñina”. Mi mamá dice que aunque me ponga triste el que ya no esté, tenemos que sonreir porque estuvo.

Increíble. Aquella pequeña niña le había abierto los ojos. Él ya no estaba, eso era irremediable, y no la había dejado en las mejores condiciones, pero al menos hubo una época en la que fue feliz a su lado.

-Bueno, mi mami ya viene. ¿Ves a esa señora de pelo rubio y rizado que está detrás de la ventana de ese bar? Es ella. ¿A qué es guapa?
-Muy guapa. Te pareces mucho a ella.
-Gracias, aunque la gente siempre me dice que tengo la nariz de mi papá. Bueno, me voy.¡Adiós!

Y allí se quedó de nuevo Lucía, con ninguna compañía más que la de su propia soledad. Miró el reloj y ya eran las doce y diez de la noche del día 15, y mientras contemplaba como la figura de la niña desaparecía pensó que por fin sería capaz de pasar página y empezar de nuevo, esta vez sin aparentar que todo iba bien, sino sabiendo que todo iría bien. Se levantó y, cogiendo el camino más largo, volvió a su casa. Abrió la puerta y descubrió que ya no se le hacía tan pesadas esas cuatro paredes, que hasta entonces se habían encargado de recordarla día tras día que nadie la estaba esperando.


“¡Ding Dong, Ding Dong!”. El sonido del timbre la despertó sobresaltada a las 8 de la mañana, cuando todavía soñaba profundamente. Se levantó y se puso la bata azul que le había regalado su hermano por su cumpleaños el año pasado. Se acercó a la puerta y llena de legañas la abrió, y por un instante parecía que el tiempo se había parado en seco : no sabía si acercarse a él y besarle o si pegarle una bofetada, descargando toda su rabia. Como en estas situaciones tendemos a actuar irracionalmente, le cerró la puerta en las narices y mientras él decía “ déjame entrar, por favor. Quiero explicarte todo”, ella caía lentamente apoyada en la puerta hasta llegar al suelo y entonces llorar, mientras se tapaba los oídos para no escucharle( aunque en realidad lo hacía). En ese momento solo pensaba que ahora que por fin había conseguido pasar página, no iba a volver a leerla. Tal vez hace un tiempo lo hubiera hecho, pero no en ese momento, ya que había sido tan difícil llegar hasta ahí, tan jodidamente difícil, que no iba a echarlo a perder. Lo único que quería reprocharle era que hubiera vuelto, que si realmente tuvo explicación podría haber venido antes, cuando ella aún le necesitaba, pero ni eso merecía la pena. No siempre vale más tarde que nunca…

Cuando salió de sus pensamientos, se dio cuenta de que él ya se había ido, dejando otra nota, esta vez por debajo de la puerta. –“Sé que el pasado siempre vuelve-pensaba- pero yo no pienso dejarle entrar”. Así que cogió la nota y sin ni siquiera leerla, la rompió en pedacitos diminutos, desprendiéndose por fin de todo lo que le unía a él. Puede que fuera cobarde, sí, pero para ella significó una guerra ganada, por más batallas que hubiera perdido.


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